lunes, 28 de diciembre de 2009

La música nos unió

Llamo por teléfono a mi amiga de Uruguay con la que no hablo hace meses y que se recibió hace pocas semanas de socióloga.

- Hola, cómo estás.
- ¡Taube! Qué sorpresa, tanto tiempo.
- Te llamaba porque necesito hacerte una consulta sociológica.
- A ver...
- Si voy por la calle cantando "Barcelona" de Freddie Mercury y Monserrat Caballe, ¿la gente debería mirarame raro?
- Depende. Si es un murmullo...
- Pero no es un murmullo. ¿Si la canto a grito pelado deberían mirarame mal?
- Deberían mirarte con una sonrisa. - Me responde en tono condescendiente.
- ¿Y si lo hago en Barcelona?
- ¡Qué hijo de puta! - Exclamó al comprender por fin de dónde la estaba llamando.



La verdad es que el primer día que salí a pasear por la ciudad, de tan contento que estaba sentía la imperiosa necesidad de cantar ópera a todo pulmón en el medio de la Gran Via de les Corts Catalanes. Para tranquilidad de mi amiga la socióloga, mi condición psíquica aún me permitió aguantarme y cantar sólo cuando no había gente rodeándome. Lo cual no fue difícil, para mi sorpresa en la mañana de Navidad no habían muchos peatones transitando por las calles de la ciudad.


Pero el verdadero peligro para mi integridad física y mental no era que me escucharan cantar y me encerraran en un manicomio, sino que algún nacionalista catalán se enterara de que por error dirigía mis pasos hacia a la Plaza España, cunado lo que buscaba era la Plaza Cataluña. Grave error, me han dicho las paredes que Catalonia is not Spain:


No importa, cuando llegué hasta la Plaza España encontré los carteles que señalaban el camino a Monjuic, "el monte de los judíos". ¿Será el destino, el subconsciente, la casualidad o mi total carencia del sentido de la orientación? Probablemente una combinación de los últimos dos. Lo positivo de viajar a un lugar del que uno no sabe más de lo que ha logrado recavar en tres apresutadas horas de lectura wikipédica, es encontrarse con los lugares emblemáticos de la ciudad por sorpresa. Así fue que me topé con el funicular que lleva al Castillo en la cima de la montaña, cuando creía que ya había visto lo que Montjuic tiene para ofrecer y me disponía a volver hacia el centro. ¡La gran flauta! ¡Qué vistas!

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